Cómo el socialismo destruyó la familia tradicional: el rol de la mujer ya no es el pilar del hogar

La revolución silenciosa del socialismo avanzó sobre el núcleo más sagrado de la sociedad: la familia. ¿Estamos a tiempo de retomar los valores fundamentales?

Sociedad08 de agosto de 2025Redacción Primicia 24Redacción Primicia 24
La destruccion social del socialismo
La destruccion social del socialismo

Durante siglos, la familia fue el núcleo fundamental de las sociedades occidentales. Y en ese núcleo, el rol de la mujer como madre, cuidadora, educadora y eje emocional del hogar era central. No se trataba de opresión ni de sometimiento, sino de una estructura funcional, estable y profundamente respetada, que permitía la transmisión de valores, cultura y cohesión social. Sin embargo, con el auge del socialismo y sus múltiples derivados ideológicos —feminismo radical, marxismo cultural, políticas de género— ese equilibrio empezó a resquebrajarse. Bajo la bandera de la “igualdad” y la “liberación femenina”, se instaló un modelo en el cual el trabajo doméstico fue degradado, el cuidado de los hijos se delegó en el Estado, y la maternidad fue vista como una carga a evitar.

Los cambios no fueron espontáneos. Desde mediados del siglo XX, los movimientos de izquierda comenzaron a infiltrar el discurso académico y mediático con la idea de que la mujer debía “emanciparse” del hogar. ¿Cómo? Incorporándose al mercado laboral a cualquier costo, postergando la maternidad, cuestionando la monogamia y rompiendo con el esquema tradicional de familia. Así, se vendió como empoderamiento lo que en muchos casos fue alienación. Se celebró que una madre pasara 10 horas fuera de su casa, sin ver crecer a sus hijos, mientras el Estado —a través de jardines, escuelas o subsidios— tomaba ese lugar. La familia ya no era el centro; ahora lo era el aparato estatal, omnipresente, educador y proveedor.

Las ONGs detrás del colapso cultural europeo

Mientras tanto, las consecuencias se hicieron evidentes: aumento de divorcios, generaciones enteras criadas sin padres presentes, incremento de problemas de salud mental infantil, pérdida de valores comunes, y la sustitución del hogar por el Estado como principal figura de autoridad. Los ideólogos del progresismo repiten que esto es “evolución social”. Pero ¿cómo puede ser progreso abandonar lo que durante siglos sostuvo a Occidente? ¿Cómo puede ser avance reemplazar el amor maternal por guarderías impersonales o educaciones ideologizadas?

El socialismo logró resquebrajar el nucleo social: la familia y el hogar

En países donde estas políticas fueron más agresivas —como Argentina, Canadá o Suecia— los resultados muestran una sociedad más fragmentada, con menores tasas de natalidad, jóvenes más frágiles emocionalmente y adultos cada vez más solos. No es casualidad: cuando se destruye el hogar, se destruye el alma de una nación. Incluso el varón fue desplazado de su lugar natural como proveedor, protector y modelo. En lugar de complementariedad, se impuso la guerra de sexos. La mujer “liberada” ya no busca construir junto al hombre, sino competir con él. Y cuando la competencia reemplaza a la cooperación, todo vínculo humano se convierte en transacción.

Sandra Pettovello

La gran paradoja es que, tras décadas de gritar “liberación”, muchas mujeres hoy sienten un vacío. Se les dijo que serían felices trabajando, viajando, postergando vínculos y maternidad. Pero muchas, en silencio, extrañan el rol que alguna vez les dio sentido y pertenencia. Esto no implica un retorno obligado al pasado. No se trata de negar la capacidad profesional o intelectual de la mujer, sino de advertir que el desprecio por su rol fundacional como madre y cuidadora fue uno de los errores más costosos de la ingeniería social progresista.

El nuevo paradigma que impulsa Javier Milei —con el trabajo incanzable de la Ministra Sandra Pettovello, un ejemplo de este renacer cultural— podría ser una oportunidad para replantear estas verdades incómodas. Tal vez sea hora de reivindicar nuevamente a la familia como institución, a la mujer como pilar del hogar, y al hogar como el verdadero bastión de libertad.

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