“Body positive” o suicidio colectivo: cómo la cultura de la obesidad se volvió intocable
El sobrepeso dejó de ser una alerta médica y se convirtió en una bandera de militancia. La industria del activismo, los medios y las marcas promueven la obesidad como estilo de vida, mientras los hospitales colapsan y la salud desaparece del debate.
La obesidad ya no se combate: se celebra. En redes sociales, en las publicidades de ropa, en las tapas de revistas y hasta en manuales escolares, el mensaje es claro: no solo está bien estar gordo, sino que cuestionarlo es gordofobia. ¿Desde cuándo engordar se transformó en una bandera de inclusión? ¿Y por qué nadie se anima a decir lo obvio?
El “body positive” nació como una idea noble: frenar el bullying estético, promover el amor propio y enfrentar los estándares imposibles de la industria de la moda. Pero como todo lo que toca el progresismo cultural, esa causa justa terminó convertida en una parodia de sí misma. Hoy, bajo esa misma etiqueta, se promueve abiertamente la obesidad como una forma válida —e incluso deseable— de vivir. Se exige representación masiva de cuerpos enfermos en medios y pasarelas. Se acusa de discriminación a quienes se atreven a hablar de nutrición, ejercicio o prevención médica. Lo más grave no es la mentira, sino su legitimación institucional. El discurso “body positive” ya no vive solo en TikTok. Está en universidades, ministerios de salud, programas educativos y campañas publicitarias que hablan de “diversidad corporal” pero jamás mencionan los niveles récord de diabetes tipo 2, hipertensión, apnea del sueño o riesgo cardiovascular. Y todo eso en personas jóvenes, incluso adolescentes.
Se ha reemplazado el rigor médico por la aprobación emocional. La verdad por el confort. El dato por la validación. ¿El resultado? Una generación entera que prefiere sentirse bien antes que estar bien. Que exige que el mundo cambie para no tener que cambiar ella. Las marcas, por supuesto, lo entendieron rápido. Abandonaron los cuerpos aspiracionales y abrazaron la tendencia plus size como estrategia de marketing. No por convicción, sino por conveniencia. Hoy, decir que “todos los cuerpos son saludables” vende más que promover el deporte. La obesidad ya no es un problema: es un nicho de mercado.
¿Quiénes ganan? Las farmacéuticas, que facturan millones con medicación para enfermedades evitables. Las industrias del entretenimiento, que te mantienen frente a la pantalla con comida rápida en la mano. Y los activistas de la victimización perpetua, que convirtieron el sobrepeso en una nueva identidad política. Porque en esta lógica, no hay pacientes: hay oprimidos. No hay enfermedades: hay estigmas. El problema no es el cuerpo: es el discurso. Porque nadie cuestiona que cada persona merece respeto, dignidad y derechos sin importar su forma física. Lo que se cuestiona —y se debe cuestionar— es la glorificación de un estado clínicamente riesgoso como si fuera un acto de rebeldía. No lo es. La obesidad no es valiente. No es empoderante. Y no es sostenible. La salud no puede estar sujeta a militancia. La biología no se adapta al relato. Y la inclusión real no pasa por mentirle a la gente, sino por ayudarla a superarse. Callarse por miedo a ofender no salva vidas. Decir la verdad, sí.
En tiempos donde todo se negocia, donde todo se relativiza, defender la salud como un valor objetivo ya es un acto de resistencia. El “body positive” extremo no es una revolución estética: es una renuncia colectiva al sentido común. Y como siempre, el progresismo lo vende como libertad. Pero no es libertad. Es rendición.
Los estudios científicos le dan la espalda a la ola "woke"
La obesidad no es solo una percepción cultural: es una epidemia médica global. Según un estudio de la Universidad de Harvard, publicado en The New England Journal of Medicine, más del 50% de la población mundial vivirá con sobrepeso u obesidad para 2035 si las tendencias actuales continúan. En los países occidentales, la obesidad infantil se ha triplicado en los últimos 30 años, con consecuencias devastadoras en términos de salud cardiovascular y expectativa de vida.
La Universidad de Oxford alertó en 2023 que los adolescentes con obesidad tienen entre 2 y 3 veces más riesgo de padecer enfermedades cardiovasculares antes de los 40 años. El mismo informe subraya que la obesidad sostenida desde la juventud genera daños metabólicos irreversibles, incluso si la persona baja de peso en la adultez. No se trata solo de estética, sino de daños concretos, documentados, silenciosos. Desde la Universidad de Stanford, un estudio interdisciplinario reveló que la obesidad está directamente asociada a un aumento del 45% en los trastornos del ánimo, especialmente depresión y ansiedad, generando un círculo vicioso en el que la salud mental se ve agravada por los efectos físicos y viceversa. A pesar de ello, muchas campañas “positivas” siguen promoviendo el mensaje de que “todo está bien” si uno se acepta.
La Universidad de Toronto y la Universidad Autónoma de Madrid, en una investigación conjunta, determinaron que el activismo pro-body positive ha comenzado a modificar la percepción de riesgo en jóvenes: más del 35% de los encuestados entre 18 y 25 años ya no considera a la obesidad como un problema de salud serio, sino como una “opción de estilo de vida”. La ciencia no cambia con el discurso, pero sí cambia la conciencia pública… y con ella, las decisiones que salvan o condenan una vida.
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