Salió a la venta el libro de Eduardo Feinmann con el prólogo de un prestigioso escritor argentino
El periodista líder de LN+ y Radio Mitre lanzó “10 lecciones para salir de la trampa populista”, en el cual analiza conceptos básicos de la vida republicana
El reconocido periodista que lidera la mañana radial de 6 a 10AM presentó “10 lecciones para salir de la trampa populista”, un libro imperdible en el que analiza los conceptos indispensables, pero por momentos olvidados en nuestro país, para vivir en una sociedad civilizada. Con el prólogo del prestigioso autor Agustín Laje, se aventuran a volver a los principios básicos que hace más de 200 años nos alejaron de la barbarie.
“Estoy muy feliz de poder contarles que junto a Editorial Planeta estoy lanzando mi primer libro, dónde los invito a pensar sobre varios temas en estos tiempos irreflexivos. A partir de hoy, la preventa y desde la semana próxima disponible en todas las librerías del país”, dice el anuncio que Feinmann realizó el pasado lunes en la red social Twitter.
El portal Infobae, publicó el primer capítulo del fabuloso libro.
“Populismo”, el primer capítulo de “10 lecciones para salir de la trampa populista”
Populismo
2. m. Tendencia política que pretende atraerse a las clases populares.
DICCIONARIO DE LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
Ideas y actividades políticas que pretenden obtener el apo- yo de la gente común brindándoles lo que desean: «Sus ideas son populismo simple: recortes de impuestos y sala- rios más altos».
CAMBRIDGE DICTIONARY
El populismo no es de derecha ni de izquierda. Mejor dicho, no importa si es de derecha o de izquierda: es populismo. Punto. No interesa la ideología, es una metodología. Lo mismo ocurre con las dictaduras, ¿qué cambia si el dictador es de derecha o de izquierda? Las dictaduras son dictaduras y el populismo es populismo. O, como dice la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, «ahora llamamos populismo a lo que toda la vida fue demagogia».
En la demagogia está una de las claves para entender el populismo.
Veamos el significado más simple de la palabra, el que pode- mos encontrar en el diccionario de la Real Academia Española. Por cierto, una digresión, a lo largo de estas páginas vamos a recurrir a él permanentemente, porque el diccionario —como la Constitución— es el marco de todo, ahí están todas las definiciones. «Práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular», esa es la primera acepción de la palabra «demagogia». Clarísima. Y la segunda nos acerca todavía más a la comprensión del fenómeno populista, este germen que se ha ido esparciendo por toda Latinoamérica: «Degeneración de la democracia, consistente en que los políticos, mediante concesiones y halagos a los sentimientos elementales de los ciudadanos, tratan de conseguir o mantener el poder».
Mantenerse en el poder es otra de las claves del populismo. Lo que siempre busca es eternizarse, utiliza la democracia para esta blecerse en el poder y no moverse de allí. Es una suerte de monarquía maquillada por las urnas.
Lo vimos en Venezuela con Chávez y ahora con Maduro, lo vemos en Nicaragua con el matrimonio Ortega. Ambas dictaduras llegaron al gobierno a través de elecciones regidas por la institucionalidad democrática y, una vez en el poder, arrasaron con todo. Armaron un entramado estatal —y paraestatal— a la medida de sus intereses que terminó con la democracia. Generaron división social, propiciaron enfrentamientos civiles, aniquilaron la iniciativa privada, destruyeron la economía, empobrecieron a la gente. En otras palabras: instalaron el populismo, un sistema que es una máquina de crear y reproducir pobres, que trata de mantenerlos cautivos a través de prebendas, planes sociales y relatos grandilocuentes.
Pan y circo, como en el Imperio romano. En este caso, migajas y mentiras. También represión —mucha represión—, porque quienes no se creen las mentiras ni se conforman con las migajas no tienen derechos para estos déspotas, populistas en el discurso y oligarcas autoritarios en el poder.
En el narcochavismo presidido por Nicolás Maduro las cifras de muertes por causas violentas provocan escozor. Lo dice con todas las letras y de manera muy valiente el Observatorio Venezolano de Violencia (OVV): «La violencia se ha apoderado del país. La criminalidad que antes se concentraba en unos municipios, ahora abarca a casi todo el país. De acuerdo a los parámetros de la Organización Mundial de la Salud, puede afirmarse con claridad que una epidemia de violencia se expande por el territorio nacional». El OVV es una Organización No Gubernamental y son los únicos en el país que aportan datos rigurosos, ya que la dictadura clausuró las estadísticas oficiales en la materia en 2003 (populistas en el poder que violentan datos oficiales, ¿les suena?). Sus informes anuales reportan que en la última década fueron asesinadas más de 200 mil personas.
Si vamos a Nicaragua, no podemos olvidar la represión brutal que en 2018 llevaron adelante las fuerzas de seguridad de Daniel Ortega y que dejaron centenares de nicaragüenses asesinados, más de 650 de acuerdo al relevamiento de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH). Muchas de esas víctimas fueron estudiantes.
Y en Cuba, a las tropelías históricas que viene desarrollando desde hace más de sesenta años el comunismo castrista, hay que agregarle la respuesta criminal que el gobierno de Díaz-Canel tuvo con las protestas ciudadanas de julio de 2021. «Han tenido la respuesta que merecían, como la han tenido en Venezuela», se vanaglorió el dictador.
Venezuela, Nicaragua y Cuba. Maduro, Ortega y Díaz-Canel, «los piratas del Caribe», como los llamó el ex presidente boliviano Jorge Quiroga en una caracterización reciente del panorama político en Argentina y la región:
Es triste ver cómo se ha desperdiciado esa maravillosa opor- tunidad en Argentina porque tienen ese proyecto populis- ta. Argentina no es un gobierno dictatorial, tiránico, abso- luto como son las tres tiranías de los Piratas del Caribe —de Cuba, Venezuela y Nicaragua— pero duele profundamente ver cómo democracias grandes, los hermanos mayores del hemisferio, terminan siendo padrinos contemporizadores de estas tiranías; estoy hablando específicamente de los gobiernos de México, Brasil, Colombia y Argentina. Esos cuatro países son las dos terceras partes de la población de América Latina, ahí están las tres cuartas partes del PBI del continente, y uno esperaría de esos hermanos mayores que no solo aprovechen la coyuntura económica que se ha desperdiciado, sino también que sean firmes en la defensa de la democracia y libertad respecto de estas tres tiranías.
Lo único que el populismo distribuye es sangre y muerte. Seducen a la ciudadanía con grandes promesas y discursos floridos de amor y felicidad para todo el mundo, con caritas sonrientes y amigables participan del sistema democrático y luego lo destruyen desde adentro, lo degradan, lo pervierten. «Son un burro de Troya que se meten dentro de los sistemas democráticos y los implosio- nan desde dentro», como suele decir una de las entrevistadas para este libro, la diputada hispanoargentina del parlamento español Cayetana Álvarez de Toledo. Se llenan la boca hablando de la protección de los pobres, de los débiles, de los oprimidos, de los postergados, de los excluidos, y en su nombre terminan secuestrando las instituciones para su propio beneficio. Los populistas son hipócritas que viven en la opulencia, dirigentes ricos para ciudadanos cada vez más pobres. Esa es la variante del populismo que tenemos en nuestro continente.
El populismo es un germen que se ha esparcido por todo el mundo, como lo hizo el Covid. La cepa originaria es Rusia y China y la primera variante que llegó a Latinoamérica, como vimos, fueron el socialismo y la dictadura en Cuba, luego el castrismo fue marcando el ritmo aspiracional de los Chávez, los Kirchner, los Castillo, los Ortega, los Boric, los Evo Morales, los Lula. Como la delta, la ómicron y las demás letras del alfabeto griego, cada uno de esos esperpentos políticos son distintas variantes de un mismo virus que se extendió por toda Latinoamérica.
Aquella cepa originaria, como el virus que surgió en China, se fue propagando por distintos lugares y después fueron apareciendo variaciones con características levemente diferenciadas: algunas eran más mortales, había otras que solamente contagiaban sin llegar a matar, y algunas súper contagiosas que también mataban. El populismo es un germen altamente mutante, que hasta pudo llegar con una variante menos nociva a Estados Unidos con Biden e incluso antes con Trump. Eso sí, la más peligrosa, la que está arrasando con gran parte de América Latina, no llegó a la primera potencia del mundo —al menos hasta ahora—, porque allí han desarrollado anticuerpos, sobre todo en algunos estados y ciuda- des. Me lo dijo una vez el alcalde de Miami, Francis Xavier Suárez:
«El fraude del socialismo es algo que aquí lo entendemos de una forma profunda, de una forma concreta y no es una teoría para nosotros, no es un concepto abstracto, es un concepto muy concreto que ha creado mucha destrucción, muchos asesinatos y mu- cho trauma para nuestra comunidad».
Ideas antiguas que atrasan y fracasan. Eso es el populismo. Una forma de pensamiento superficial que se basa en la simplificación de los problemas, cuyos líderes carecen de planes de gobierno consistentes y que se dedican a prometer cosas imposibles e inalcanzables que a largo plazo solo generan más problemas y frustración. Como dice el profesor Loris Zanatta —quien también nos acompañará en estas páginas—, «a través del populismo se han mezclado los límites entre lo político y lo religioso de forma extraordinaria, hoy las soluciones racionales no están más en el centro del debate público».
Aunque el desastre populista no solo produce inviabilidad a largo plazo: el cuarto gobierno kirchnerista en Argentina, liderado desde la vicepresidencia por la condenada por corrupción Cristina Fernández de Kirchner, ha demostrado que también se puede destruir todo en muy poquito tiempo.
Desde que asumieron en diciembre de 2019 hay casi tres millones de pobres más. En el primer semestre de 2022 los datos oficiales arrojaron un número de 16,8 millones y los del segundo semestre —que ya quedaron viejos— ascendieron a 18,1 millones de pobres. Con un agravante del que muchas veces no se toma conciencia: quienes permanecen en esa condición de pobreza están cada vez más lejos de salir. Para dejar de ser pobres deberían recibir un aumento en sus ingresos del orden del 30 por ciento, ¿se entiende la gravedad de la situación en la que nos dejaron?
Pensemos en esta imagen para tomar dimensión del asunto: si usted leyó hasta acá a un ritmo normal y sin interrupciones, seguramente lleva unos ocho minutos desde que arrancó la primera oración. Pues bien, en ese breve lapso de tiempo cayeron en la pobreza cuarenta personas. Sí, lamentablemente leyó bien: cinco personas por minuto se hunden en la pobreza en esta Argentina populista. Y encima en el país se gastan 15 millones de dólares por día para pagar planes sociales y la tarjeta Alimentar que adminis- tran La Cámpora y los piqueteros aliados al kirchnerismo. Aun así, hay voces que insisten en que la economía mejora pero los datos oficiales no lo registran porque el crecimiento se da en el terreno de la informalidad. Lo que omiten esos razonamientos es que la informalidad es el hábitat natural de los populistas, el ámbito propicio para que sigan destruyendo las instituciones y terminen por convertir al país en una toldería.
Revertir este proceso de degradación va a llevar demasiado tiempo. Al descalabro económico y social hay que sumarle el delito creciente de la mano del narcotráfico, la violencia, los robos, las muertes, la desidia, la destrucción de la cultura del trabajo, los atropellos institucionales que se multiplican, las oportunidades que se pierden, los jóvenes con talento que emigran, los jóvenes que quizás también tenían talento pero no pudieron desarrollarlo porque les robaron las oportunidades. También los jubilados que ganan miserias mientras Cristina Fernández cobra una doble pensión de privilegio que supera los 20 mil dólares mensuales y aun así se llena la boca hablando de igualdad.
Así está la Argentina después de veinte años en los que la política giró en torno al populismo kirchnerista. Y si ampliamos la mirada, así están los países que siguieron el mismo derrotero. Por eso es interesante pensar en lo que dicen los emigrados de este sistema que se radican, por ejemplo, en España: «Yo ya perdí un país, no quiero perder otro; tengan cuidado con lo que hacen y hágannos caso, nosotros venimos del futuro». Lo cuenta la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, la primera entrevistada de este recorrido.
Díaz Ayuso es una dirigente política española de una potencia extraordinaria, una líder con valentía y conceptos muy claros, que sin dudas tiene un enorme futuro, además de un presente promisorio que la llevó a derrotar con absoluta contundencia a ese en- gendro chavista español que significa el partido Podemos. Como dirá de ella más adelante Cayetana Álvarez de Toledo, «a diferencia de la inmensa mayoría de líderes del espacio liberal conservador o de centroderecha, tanto en España como en otros países, Ayuso no tiene miedo, no tiene complejos, no pide perdón por defender las ideas de la libertad».
“Lo que los ciudadanos necesitan son caminos, es futuro, es luz”
Isabel Díaz Ayuso
(Madrid, 1978). Es una política española, presidenta de la Comunidad de Madrid desde agosto de 2019 y presidenta del Partido Popular de Madrid desde 2022.
¿Cómo definiría usted al populismo?
Es un discurso que hay que combatir mucho, mucho cada día, por- que se vende como un pastel, como algo muy bonito. Es complicado detectarlo al principio, porque hablan del amor, de los sentimientos, de la revolución. Te venden una suerte de valores que, luego, en realidad, como todo el mundo sabe, no tienen nada detrás. Yo entiendo al populismo como lo que fue y lo que ha sido siempre: demagogia, sobre todo, proponiendo recetas fáciles a situaciones muy complejas. La vida no tiene respuesta en blanco y negro, sí o no y ya está. Son personas que se aúpan en los sentimientos y en la colectivización: «todo por el pueblo», «todo por las mujeres», «las mujeres nunca más pasarán hambre»… Evidentemente eso lo queremos to- dos, solo falta que ahora me diga cómo, ¿no? Porque a lo mejor lo que las mujeres queremos es trabajar, no que nos regalen las cosas. No quiero que me lo ponga más fácil pero tampoco más difícil que los demás, es simplemente que me deje en paz.
El populismo lo que quiere es despojar al hombre de libertad, y para hacerlo le tienen que quitar su propiedad, le tienen que debilitar económicamente, tienen que borrar su historia, tienen que reducir la calidad de la educación. Y luego tienen que conta- minarlo todo con esa política de la cancelación para decirte qué tienes que comer, cómo te tienes que comportar, cómo ser un mejor ciudadano. Lo que necesitan es debilitar a la sociedad para ser cada vez gobiernos más fuertes, más poderosos y perpetuarse en el poder. El negocio es este. El negocio es ir quitándole a un país todo lo que le hace ser nación para controlar el presente y el futuro y vivir de ello eternamente. Y cuando luego nos encontramos con sentencias judiciales escandalosas, como ha pasado por ejemplo en Argentina, no hay dónde recurrir, no hay medios de comunicación para denunciar lo que sucede (y los que lo hacen son señalados) y poco a poco la cultura democrática se va adormeciendo, la gente ya se va acostumbrando porque, al final, el poder se hace tan fuerte que puede con las ganas.
¿Cuál es el antídoto?
Creo que hay que gobernar para todos los ciudadanos. Para todos es para todos, pero con un criterio claro: el del que te ha dado su confianza. Esos valores, a mi juicio, representan a todos los ciuda- danos, de izquierda y de derecha, que quieren ser libres, que quieren dirigir sus vidas, que no quieren ser colectivizados y que necesitan reconocimientos cuando se han esforzado. Hace falta acompañar a las personas que contratan, que se hipotecan, que se arriesgan, y acompañarlas en sus desvelos. Eso para mí es fundamental. Para que una sociedad sea próspera hay que confiar en el individuo y también en la sociedad que nos rodea. Yo no confío solo en el individualismo, eso también me parece pernicioso. Tenemos que ser conscientes de que las cosas que les pasan a las personas que nos rodean nos han de importar: lo que le pasa a la infancia, a los mayores, a las personas con algún tipo de discapacidad o a las personas que por cualquier circunstancia de la vida se quedan atrás. Para todas ellas tiene que haber esfuerzo, tiene que haber un sistema público que les proteja, pero que sea como una palanca para seguir hacia adelante. Para que una sociedad sea próspera debe proteger a su empresa, a la colaboración público-privada y al individuo.
Lo que los ciudadanos necesitan son caminos, es futuro, es luz. Y entender que la solución a sus problemas está en base a su esfuerzo, con un estado que ayude al que se queda atrás, claro. Pero lo que hace el populismo es llegar a las instituciones diciéndote que la democracia está por encima de la propia libertad, y la democracia sin ley es otra cosa. Porque de manera democrática podemos decidir quedarnos con la vivienda de una persona, de manera democrática se pueden decidir barbaridades y no hay una ley que protege precisamente o al más débil o a las reglas del juego. Cuando todos respetamos las reglas es cuando hay verdadera libertad. A veces el problema es que los discursos racionales cuesta más aplicarlos, cuesta más que penetren, pero a la larga creo que con ilusión, con pasión y con ejemplos también se pueden defender y es algo que al final tiene solución. Al populismo hay que combatirlo cada día porque la libertad, como la vida, que son los dos bienes más preciados que tiene el hombre, no se heredan de manera es- pontánea y hay que defenderlos siempre.
Diciendo esto la van a acusar de fascista, de derecha. Acá se usa mucho esto, decir que alguien es de derecha o de centroderecha porque eso es el mal.
Bueno, esa es la técnica de siempre. Pero yo creo que cualquier ciudadano que nos conoce en España sabe que la trampa está precisamente en eso, en pactar con los enemigos de la nación, en pactar con aquellos que tienen delitos muy graves detrás de sí. Sin embargo, si tú lo denuncias, eres tú el radical y el sectario. Esa es la trampa. Pero creo que el tiempo pone todo en su sitio y al final lo que le está ocurriendo a muchos españoles, y espero que cada vez a más argentinos, es que empiezan a pensar: ¿eso es lo que quiero?, ¿esto es lo que yo he votado?, ¿me van las cosas mejor desde que esto funciona así? Y no. Lo que están consiguiendo es sociedades desincentivadas, jóvenes que están alejados de la cultura del esfuerzo, de encontrar su propio camino. Por supuesto que hay que ayudarles a encontrarlo pero los jóvenes tienen ganas de salir adelante por sí mismos. Estamos encontrando una enorme sole- dad entre las generaciones más jóvenes, problemas de drogas que están llegando a todos los países, que son una estrategia más para adormecer a la sociedad y hacen que al final la gente no tenga ganas. Cuando una persona dice «prefiero no trabajar que trabajar porque al final gano más o menos lo mismo» o «prefiero no con- tratar que hacerlo porque es que todos son problemas, burocracia y persecución, porque he montado una empresa y me tratan como si estuviera cometiendo un delito por dar un empleo», cuando esto se hace fuerte, gana lo que antaño era socialismo pero que en nuestro caso se ha unido con una parte comunista, que está ahora mismo en el gobierno.
¿Cómo describiría el panorama político partidario en España de esta época? Desde la recuperación de la democracia y el Pacto de La Moncloa vienen conviviendo la centroizquierda del PSOE y la centroderecha del Partido Popular, pero en este último tiempo aparecieron los extremos, Podemos y Vox. ¿España está dividida en cuatro?
Bueno, en realidad no es comparable un partido con el otro, o al menos así lo pienso yo. La división política nace en el seno del propio gobierno desde el momento en que el actual presidente Pedro Sánchez miente a los españoles. Miente primero a su partido, para llegar al frente del mismo, y después miente a la nación. Llegó al poder con un pacto sustentado entre comunistas, nacionalistas y entorno político de la banda terrorista ETA después de decir que no pactaría nunca con ellos («no es no», «no sé cuántas veces lo voy a decir», «yo no dormiría por las noches si tuviera que pactar con ellos»), y finalmente llegó aupado con ellos e introduciendo a Podemos en el seno del gobierno. Y hoy España está gobernada por el Partido Socialista y por Podemos, que durante todo este tiempo se han apoyado, se han protegido y que ahora, según se acercan las elecciones y hay luchas de poder, ya empiezan a dividirse. Pero sucede recién ahora, después de mucho deterioro, de muchas leyes sectarias, de muchísimo daño a la educación, a la propiedad, a la empresa, tras la erosión institucional bajo esa estrategia de la carcoma —que tan bien conocen ustedes—, que va poco a poco minando las instituciones garantes desde dentro, colocando a los afines, permitiendo que personas sin carreras accedan a la función pública. Entonces cuando el ciudadano tiene que pedir amparo, no tiene dónde acudir, porque no hay una institución que no esté directamente tutelada por el gobierno y por su presidente. Esa en realidad es la fragmentación que hay en España, es Sánchez o España, esto ya no es una fragmentación de partidos, es un poder que se ha ins- talado en el gobierno.
¿Un populismo?
Populismo al completo, que es todo el gobierno, que lo ha impregnado todo y que incluso ha sido capaz de imponer leyes sectarias, dañinas. Por ejemplo, hay una sobre el «sí es sí» que era una ley supuestamente para proteger la libertad sexual de las mujeres… Ya saben, siempre estas personas pretendiendo hablar por todas nosotras y empobreciéndonos y victimizándonos, como si necesitáramos que un político hable por todo el mundo. Y lo único que ha conseguido al final es que ya estemos en camino de los mil delincuentes sexuales beneficiados y que algunos incluso ya estén en la calle. Leyes sectarias que llegan a decirnos cómo pensar, qué relaciones íntimas tenemos que tener, cómo han de ser nuestras mascotas. Por supuesto, la esencia del hombre es siempre lo último… En definitiva, es lo mismo que en Argentina. Además, utilizan las mismas palabras, las mismas formas, pero en un proceso que va todavía más rápido. Y muchísimos argentinos nos lo dicen siempre en España: «Yo ya perdí un país, no quiero perder otro; hágannos caso, venimos del futuro». Y la labor que tenemos nosotros en Madrid es recordar esto.
Afortunadamente en Madrid las cosas no van así: en Madrid la propiedad privada se protege, la empresa se defiende, la calidad de la educación es fundamental, porque todo padre quiere que a su hijo le enseñen y le obliguen a esforzarse para salir adelante. Pero sí, esto es lo que tenemos ahora mismo en el gobierno y espero que este año, cuando haya elecciones, las cosas cambien.
¿La izquierda en España se volvió populista en estos años o siem- pre fue así?
Bueno, no se puede hablar en general, porque ha habido políticos que han ido de frente, que han defendido siempre sus ideas. Y eso no es populismo. Pero lo que sí que se ha instalado ahora mismo en el gobierno es la estrategia de varios escándalos al día, para que los ciudadanos no puedan llegar a todos; escándalos tan grandes, que hacen pequeño al del día anterior, bajo la premisa del presidente Pedro Sánchez de que todo se olvida en pocos días. Y es verdad, la memoria es frágil. Hemos visto cosas increíbles, como por ejemplo modificar el Código Penal a la carta del delito cometido por sus propios socios, atentar directamente contra la unidad territorial de España a través de un golpe de Estado ilegal y que esto quede condonado. Y por supuesto, todos en su casa y aquí no ha ocurrido nada. Los delitos importan más o menos dependiendo de si a mí me interesa, y mientras tanto a muchos españoles dejándoles cada vez más alejados de sus propias administraciones.
Yo creo que somos una comunidad pacífica, que queremos vivir en paz a pesar de las diferencias. Una comunidad que siempre quiso lo mejor para España. En cambio, Podemos y Pablo Iglesias, no. Él considera que el himno de España, que la bandera de España, que la Monarquía parlamentaria son elementos a desterrar. Ellos necesitan revivir los momentos de mayor enfrentamiento social en España durante el siglo XX, necesitan ese enfrentamiento constante, el divide y vencerás.
Tengo la sensación de que está hablando de la Argentina, no de España, porque acá pasa exactamente lo mismo, sacando lo de la monarquía, por supuesto.
Claro, es muy parecido y hablan mucho entre ellos estos políticos y, por supuesto, utilizan las mismas técnicas, con las mismas palabras.
¿Me puede dar su visión sobre Argentina?
Yo veo que han vuelto estas políticas perniciosas, después de unos años —de 2015 a 2019— de noticias muy positivas, de emprendimientos de los autónomos, de los empresarios. Eso me ha parecido un ejemplo. Todo el equipo de Macri y la gente que ha seguido al frente de la ciudad de Buenos Aires me han parecido un ejemplo, personas dignas de destacar porque han roto con ese discurso buenista y han ido a la raíz de los problemas. Creo que cuanto an- tes se vuelva a esa senda, será mejor para todos, porque Argentina siempre ha sido —al menos para los españoles— un país especial dentro de todo el continente americano. Un país donde siempre los ciudadanos fueron más críticos ante los populismos, donde ha habido muchas más vanguardias, transgresión. Yo creo que necesi- ta volver otra vez a las políticas liberales, que hasta hace poco ha- bían conseguido que se redujera la deuda, que se creará muchísimo más empleo, que se atrajera más empresas. Yo solo espero que en las elecciones de este año se unan en torno a una candidatura y vayan juntos para evitar lo que hemos visto en otros países.
Usted en un momento dijo «me niego a que el peronismo arruine el motor económico de España», ¿sigue pensando lo mismo?
Sí, sí, me niego a que los ciudadanos piensen: «Vale, no hago nada, no pasa nada, ¿qué ayuda me vas a dar? Vale, dónde está la subvención y ya está, que me dejen tranquilo». Afortunadamente la mentalidad de Madrid no es esa, pero me niego a que la gente se acos- tumbre a eso cuando es todo lo contrario. Nosotros durante la pandemia hicimos un gran esfuerzo para que los cierres masivos no acabaran con la prosperidad de nadie. Y muchas veces, prácticamente todos los días, hay alguien que nos da las gracias, no por haberle regalado nada, simplemente por haberle dejado trabajar. Es que no puede haber nada más digno que la gente te diga «yo no quiero que me den nada, yo quiero mi trabajo, yo tengo mis sueños, mis aspiraciones, quiero innovar, quiero traer tecnología y unirla al campo, al textil». Hombres y mujeres de todas las edades tienen sueños, tienen aspiraciones, pero cuando todo queda adormecido, cuando todo queda regalado, cuando todo es gratis —que pasa mucho en Argentina—, ahí hay trampas, hay deuda pública que van a heredar las nuevas generaciones, deuda pública que no han elegido y no han votado, pero que además hace que el sistema tampoco mejore ni la calidad del mismo tampoco. No nos podemos acostumbrar a que las cosas simplemente estén. No, hay que exigir que sean las mejores: servicios públicos de grandísima calidad y que seamos conscientes de que cuesta mantenerlos y que hay que cuidarlos.
Me impactó eso que contó hace un rato, que los argentinos en España le dicen que vienen del futuro y le advierten que tengan cuidado con el populismo. Eso me recuerda a lo que nos decían a nosotros los venezolanos que llegaron exiliados a Argentina: «Cuidado con el camino que eligen».
A Madrid llegan cada vez más ciudadanos venezolanos, colombia- nos, argentinos y peruanos que nos dicen eso, porque lo están viviendo. No ha hecho falta ir a Venezuela, por ejemplo. Ya vienen los venezolanos huyendo de estas políticas. Y ojo con Ecuador, que a mí me preocupa mucho y se habla poco de ello, porque lo que está ocurriendo en Ecuador es de manual. Es de manual. Hay una democracia liberal que está trabajando, que está cumpliendo, y por debajo le van buscando la revolución en la calle para arreba- tarle el poder y hacer ingobernable el país.
Algo de lo que usted se enorgullece es de cómo gestionaron la pan- demia bajo su gobierno. Ya sabemos todo lo malo que generó la pandemia, el encierro, la incertidumbre, pero en Madrid siempre trataron de no cercenar la libertad.
Efectivamente la pandemia no ha tenido nada bueno y ojalá no hubiera sucedido nada de esto, porque todavía muchas de sus con- secuencias no las conocemos y algún día aflorarán. Pero sí que los ciudadanos han valorado la libertad por encima de todo. Y es más, nosotros la hemos defendido de la mejor manera que se puede, que es ejerciéndola. Por eso fuimos contra el virus y no contra la prosperidad de la gente. Desde que asumimos la gestión de la pandemia y la segunda ola, pusimos a los expertos —que no a la ideología— a gestionar y a decir por dónde iba a ir este virus. Nos pusimos en manos de los mejores virólogos y pronto nos advirtieron que era un problema que iba a estar dos años, que era un desafío a largo plazo. Y si sabes que esto va a durar mucho tiempo, lo único que no puedes hacer es arruinar a la gente eternamente: ¿de que vivimos si no? ¿Cómo la gente va a salir adelante? Y es más, ¿mejora los resultados? No. Por tanto, fuimos contra el virus, pusimos los mejores medios, convertimos hoteles en hospitales, unimos la sanidad pública y la privada sin dogmatismos bajo un mismo mando, donde todos los médicos compartieron herramientas que tenían a su alcance. Estuvimos analizando por toda la geografía madrileña la evolución del virus, y en lugar de cerrar todo, donde veíamos que crecía un poco más, ahí hacíamos cribados masivos con test.
Pero luego, al saber que a los virus de estas características es mejor mantenerlos con ventilación y con aire libre, sacamos Madrid literalmente a la calle: dimos todas las licencias posibles para que los ciudadanos pudieran tener terrazas, bares, restaurantes abiertos, dejamos abiertos los cines, los teatros —con todas las recomendaciones, por supuesto—, de manera que los ciudadanos, al menos un rato al día, podían tener un momento agradable. Porque, además, si tú tienes una casa pequeña y hay mayores en tu familia, ¿dónde los ves? Lo que no puedes es tener a la gente mayor encerrada en sus casas, como ha ocurrido, que les ha provocado más demencias, Alzheimer, han perdido facultades, también se han desorientado los niños, sobre todos los niños con autismo y con algún tipo de trastornos, han pasado francamente un infierno encerrados en las casas. Por tanto, cerrar era lo último, no pueden decir que cerrar era de responsables. Lo responsable era buscar todas las alternativas, y si no quedaba ninguna, pues vale, cierra. Pero no empieces por cerrar, que eso es lo fácil. La libertad es el bien más preciado en todos los sentidos y, de hecho, recibimos llamadas de todo el mundo durante esos meses para pedirnos consejos de cómo lo estábamos haciendo. Con cabeza, funcionó, y hoy la verdad es que Madrid ha florecido y creemos que está en uno de los mejores momentos de los últimos años.
¿Cómo es Madrid?
Es el motor económico de España, es el corazón del país. Somos 17 regiones, y 16 de ellas tienen sus propias peculiaridades. España es un país que, no siendo muy grande, tiene muchísimos contras- tes, gran riqueza cultural, histórica y patrimonial, pero luego hay una comunidad que es de todos, que es Madrid, que está hecha de todos los rincones de España y de ciudadanos del mundo. Aquí decimos que se es madrileño de Argentina, madrileño del Perú, madrileño de Venezuela o madrileño de Alemania, porque es una forma de vivir, de entender la vida, así ha sido siempre.
Madrid tiene una forma muy peculiar de vivir: muy brava, alegre, de contrastes, tenemos la mayor esperanza de vida del mundo, pero también la mejor vida nocturna del mundo. Es una cuestión mágica cómo vivimos aquí, pero somos españoles por encima de todo y estamos al servicio de España. Vivimos en libertad, con respeto y nos basamos en la cultura del esfuerzo, del mérito y de la Unidad Nacional, siempre poniendo el acento en la persona y no en tratarla como ganado ni como un colectivo al que imponer cosas. Tenemos una obligación histórica con España, social, política y económica.
¿Cómo evalúa el comportamiento de Europa frente a la invasión rusa en Ucrania?
Creo que Occidente en su conjunto tiene que replantearse un poco qué queremos hacer hacia adelante, hacia dónde vamos. Veo que Oriente, las grandes potencias en Oriente, lo tienen muy claro. Nosotros en Occidente somos los que fundamentamos nuestros valores…
¿Está hablando de China, de Rusia…?
Efectivamente. Nosotros somos los de la libertad y la vida, los que consideramos que la persona está por encima de todo. Y que la libertad y la vida tienen un precio y son nuestros bienes a cuidar. Y creo que nuestros valores han estado poco defendidos y sobre todo veo que nos falta volver a esas esencias. Ojalá Estados Unidos recupere la fuerza hegemónica que ha tenido y que todo Occidente se centre en problemas concretos que tiene. Por ejemplo, nosotros en Europa tenemos un problema demográfico enorme, un invierno demográfico tremendo (envejecimiento y disminución de la población, baja tasa de natalidad) sobre el que no se pone el acento suficiente. Nosotros lo hemos intentado, pero necesitamos que sea un proyecto de muchos más. Faltan familias, y las que tenemos están cada vez más desestructuradas. Yo creo que nos hace falta hablar un poco de estas cuestiones. Y veo que otras agendas internacionales han entrado en nuestros debates, que nos cancelan, que nos prohíben, nos agravian, nos hacen dividirnos por sexos, por pretendidas luchas de clase.
La famosa Agenda 2030…
Y que además va mucho más allá, va a todos los rincones, a cómo te sientes, cómo te tienes que sentir… Bueno, a debates que son fabricados para tener a la sociedad despistada en otras cuestiones. Y cuando la sociedad está despistada no camina unida en las diferencias, directamente está enfrentada. Nunca ha habido tanto agravio entre el hombre y la mujer como ahora, ni entre los jóvenes, donde todos pedimos perdón, donde todo son ofensas, donde nada se puede decir, donde hemos perdido toda la libertad. Y mientras estamos nosotros en esto, hay otras potencias que están en lo suyo, construyendo y yendo a gran velocidad, colándose en todas partes haciendo. Ellos tienen un proyecto, ¿y nosotros qué somos? Nosotros somos los que hemos levantado las más importantes universidades, los que le hemos dado mucho sentido al mundo. Nuestras naciones tienen que volver a brillar.
¿Qué es Putin para usted?
No puedo decirlo en una palabra, pero desde luego que no puedo tener peor opinión. Creo que ha sido, está siendo, un auténtico terror todo su legado. Y preocupa mucho qué es lo que pretende.
¿Hoy la democracia liberal está siendo acechada?
Desde luego, porque entre nosotros no nos cuidamos. Una democracia liberal se sustenta en ciudadanos libres e iguales ante la ley, que llevan las riendas de sus vidas, crecen según se van esforzando, van conquistando sus sueños; cuando algo va mal hay un Estado de Derecho que le protege, que le da la razón cuando la tiene y cuando no la tiene se la quita. Donde hay esas reglas de juego que se cumplen y, por tanto, donde se camina libremente y se prospera. Y todo esto está en tela de juicio, porque el mal se organiza y el mal está en permanente atención para ver cómo inmiscuirse en cada uno de nosotros. Desde abajo y desde distintos poderes intentan desestabilizarnos y atacar a las empresas, la prosperidad, incentivar la pobreza, hacer ciudadanos dependientes. Yo voy a hablar de lo que mejor conozco, que es España. Nosotros en los años ochenta y noventa teníamos muchísima más libertad para hombres y mujeres, hablar de lo políticamente incorrecto, para tener confianza entre los dos sexos y divertirnos, enfrentarnos, enfadarnos y volver a ser amigos. Y las relaciones adultas sabían cómo comportarse, cómo hacer las cosas, no sé, se vivía de una manera diferente. Y hasta hace muy poco no había apenas problemas en este sentido. Yo no creo que, por ejemplo España, sea un país racista ni homó- fobo ni machista. Puede haber reductos evidentemente, como en todas partes, pero no lo es. ¡Y de repente ahora hay unos señores que nos dicen cómo nos tenemos que relacionar, dónde registrar a tu mascota aunque sea un pececillo! La minoría se hace generalidad y, al final, la normalidad es la que ha de imperar.
Todos somos distintos en algo pero si nos atenemos a nuestra peculiaridad, es imposible que salgamos adelante, buscamos lo que nos une. Y yo creo que también esto ocurre cuando los políticos llegan a la política para vengar, uno porque a su abuelo le pasó algo, otro porque le ha pasado algo en la vida. Entonces entran a la política para vengar desde su colectivo y cargarle a los demás lo que le ha sucedido. Y eso es un grave error. Yo creo que las sociedades cuando prosperan y cuando avanzan es cuando todos se involucran en los temas. Me explico: los jóvenes tienen que hablar de los temas de los mayores, los mayores tienen que hablar de los temas de los jóvenes, no puede haber una ruptura generacional, no podemos estar enfrentados. Las mujeres tenemos que hablar de las cuestiones de los hombres, no legislar para las mujeres y los hombres para los hombres. Entonces aquí, cada uno en su cuota legisla para lo suyo, para su negociado, y se lo impone al resto. Y al final pasa lo que pasa. Todos tenemos que hablar de las cuestiones de todos, las personas que tienen familia pueden hablar de las personas que no las tienen y las personas que no, tienen que responsabilizarse de otras muchas. O sea, todo es de todos. Cuando uno toma una decisión política, tiene que pensar en todo lo que afecta a cuánta gente.
¿En España están destruyendo la educación como aquí en Argentina?
Claro, es lo mismo, pero si son los mismos.
Es parte de un plan tenerlos analfabetos, o por lo menos mal edu- cados, y además pobres y adoctrinados. Es un plan.
Exactamente. La educación es un ascensor social. Lo que quiero un padre que no tiene recursos económicos es que cuando su hijo vaya a clase, le enseñen y le ayuden a salir adelante. Pero acaban, como en todas partes, sin incentivarles, además introduciendo elementos ideológicos en las aulas a lo que no hay derecho. Un niño no va a clase a que le digan cómo ha de vivir su sexualidad en la asignatura de matemáticas. Nosotros estamos viendo contenidos ideológicos en todos los sentidos, los niños tienen que aprender los océanos, los ríos, el orden cronológico de la historia… Aquí están haciendo lo contrario: por un lado, meter ideología, pero por otro lado, desincentivar. Y cuando una persona no tiene incen- tivo y no tiene ganas, no tiene estímulo, se acaba abandonando, se acaba empobreciendo a sí misma y ahí es cuando es más fácil decirle: «Bueno, pues ya las tengo yo, aquí mi subvención ya te estaba esperando, yo te voy a dirigir, déjame que yo te lleve tu vida». Y en algunas comunidades autónomas en España, en algunas regiones, se utiliza para que los nacionalistas se hagan más fuertes a través del idioma, porque nosotros en España además tenemos la riqueza del catalán, del vasco, del euskera, que son lenguas nuestras también, que algunos gobiernos regionales utilizan para dividir a los ciudadanos y para decidir quién entra a la administración pública, quién tiene derechos y quiénes no. Y algo que era un bilingüismo natural, en algunas regiones de España se ha convertido en una herramienta —a través de las escuelas, de los colegios— para separar a españoles y negarles su derecho constitucional a utilizar y a conocer el español incluso. O sea, vulnerando derechos constitucionales. En eso estamos.
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