Política Por: Redacción Primicia 2405 de agosto de 2025

"Parásitos mentales", Toto Caputo le declara la guerra cultural a la izquierda socialista

En una cena organizada por la Fundación FARO, el ministro de Economía Luis Caputo dejó en claro que la batalla no es solo económica. El verdadero enemigo es la izquierda: mediocre, parasitaria y culturalmente hegemónica.

Toto Caputo se sumo a la cruzada cultural contra el wokismo

Luis “Toto” Caputo, el ministro de Economía del gobierno de Javier Milei, ya no se limita a hablar de déficit cero o del éxito de la licuadora fiscal. Esta vez, fue más allá. En un encendido discurso ante empresarios, dirigentes y cuadros del oficialismo reunidos por la Fundación FARO, Caputo cruzó todos los límites del manual políticamente correcto y apuntó con precisión quirúrgica hacia un blanco claro: la izquierda argentina y su poder cultural parasitario.

“Hay sobrada evidencia empírica de que lo único que genera la izquierda es pobreza, miseria, muerte, desigualdad... pero son muy buenos dando la batalla cultural”, disparó Caputo sin filtro. La frase, lejos de ser una provocación aislada, forma parte de una narrativa que crece dentro del oficialismo libertario: la convicción de que la Argentina no se recupera solamente con reformas económicas, sino también combatiendo la matriz ideológica del desastre.

En ese sentido, el ministro fue categórico al afirmar que la izquierda ha logrado infiltrarse con éxito en las universidades, los medios, el arte y la educación. No por su capacidad de gobernar (que es nula), sino por su habilidad para imponer relatos que degradan la meritocracia, celebran la mediocridad y parasitan el aparato estatal. “Son parásitos mentales”, dijo. Y fue ovacionado.

Las dos argentinas en puja que se van a dirimir en octubre

El Gobierno sabe que hay dos Argentinas. La que trabaja, produce, paga impuestos, compite y no llora. Y la otra: la que vive del Estado, justifica la decadencia y exige todo sin dar nada. La izquierda ha hecho de esta segunda Argentina su base electoral, su fábrica de votos y su laboratorio social. Pero el plan de Caputo, Milei y compañía va más allá: quieren dinamitar esa cultura del fracaso desde la raíz. Por eso, Caputo anunció la creación de comités reformistas provinciales, una red de cuadros libertarios que no solo hablarán de economía, sino que darán la pelea cultural barrio por barrio, provincia por provincia. La idea es clara: construir un nuevo sentido común, que deje atrás las frases hechas del progresismo berreta —como “el Estado te cuida” o “la deuda es con el pueblo”— y empiece a hablar de esfuerzo, sacrificio, libertad y responsabilidad.

El mensaje de Caputo tiene una potencia que trasciende lo técnico. Es el regreso de la política con ideología, pero desde el otro lado del mostrador. La izquierda se acostumbró a tener el monopolio de la moral: ellos eran “los buenos”, los solidarios, los inclusivos. El resto, según ellos, eran reaccionarios, neoliberales o “fachos”. Eso se acabó. Caputo y Milei vienen a quitarles el disfraz de Robin Hood y mostrar su verdadera cara: la de saqueadores organizados, encubiertos bajo causas nobles.

En el fondo, lo que Caputo denuncia es lo que gran parte del país siente, pero no se animaba a decir hasta que llegó Javier Milei. Que la izquierda ha convertido a la Argentina en una usina de excusas. Donde ser pobre es mérito, trabajar es opresión, y triunfar es casi un pecado. Una cultura que ha premiado al ñoqui y castigado al emprendedor. Que ha llenado de subsidios los votos y de culpas a los que producen. Todo en nombre de una falsa justicia social que sólo multiplicó la miseria. Caputo se para como un intelectual de trinchera en esa batalla. Y lo hace con el respaldo de resultados concretos: bajó la inflación, frenó la emisión, estabilizó las cuentas y está reconstruyendo la confianza de los mercados. Pero sabe que sin una batalla cultural, el monstruo puede resucitar. Porque la izquierda no necesita ser gobierno para destruir. Le alcanza con mantener el control de los relatos, las universidades, los sindicatos docentes y los influencers “woke”.

En esa línea, su mensaje fue tan claro como brutal: “Si no damos la pelea cultural, nos van a ganar por default. No porque gestionen mejor, sino porque son más ruidosos. Porque dominan la agenda. Porque repiten frases vacías con voz compungida y terminan convenciendo a la mitad del país de que son buenos tipos”.

El plan Caputo-Milei no es solo económico. Es cultural, simbólico y estructural. Se trata de extirpar la raíz decadente de una ideología que ha llevado al país a la ruina. Una ideología que romantiza la pobreza, demoniza el éxito y adoctrina niños en lugar de formarlos. Se acabó el tiempo de callar por corrección política. El ministro de Economía lo entendió. Y, con él, una nueva generación de argentinos que no quiere seguir siendo víctima del relato.

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